Crítica de Obra "Ché, Bandoneón"

Adriana Tosco

Por Julio Sapollnik

Cada vez más los artistas plásticos proponen imágenes que aprecian y rescatan una tradición contemporánea urbana íntimamente ligada al tango. Si el turismo viene a nutrirse de estos valores y los jóvenes lo bailan, la pintura no podía dejar de honrar a la principal identidad que nos caracteriza como porteños. La creación de Adriana Beatriz Tosco le rinde homenaje a nuestra música ciudadana. Su obra demuestra una verdadera pasión por interpretar con el pincel las esencias sonoras del dos por cuatro. En “Ché, Bandoneón”, la figura iluminada resalta ante la oscuridad del fondo que alude a la mística que rodea al tango: nocturno y melancólico. La actitud de concentración y ensimismamiento del ejecutante, nada menos que Aníbal Troilo, está captada con suma intensidad. Así, tanto el músico como la autora se complementan en una unión imaginaria por el solo placer de lo que hacen. El rostro del gordo Troilo mantiene una pureza infantil que recuerda el apodo con que lo llamaba su padre cada vez que lagrimeaba: “No llores, Pichuco”…haciendo referencia a un amigo del mismo nombre. Tanto el gesto como la visión de ensimismamiento, nos hablan de un momento de intima comunión entre el maestro y su inseparable bandoneón. No resulta difícil comprender la postura que tienen los dedos de un grande colocados en primer plano, son ellos los que pulsan con una delicada energía los setenta y un botones que dan sonoridad al instrumento. Sus manos lo apoyan sobre la mesa después de una sentida ejecución, el fuelle aparece cerrado, contenido, acompañando ese instante de intimidad que quiso representar la artista. Adriana Tosco expresa en sus cuadros una realización ciudadana que se nutre de las principales emociones presentes en la memoria colectiva de la cultura rioplatense.


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